lunes, 30 de mayo de 2011

Año 2015. Un día cualquiera en la Vía Verde del Guadiato


Hola a todos. Somos una familia normal, con un coche normal, una casa con hipoteca y un sueldo normal,  es decir, con  uno de los dos miembros en paro. Mi mujer es veterinaria y trabaja en una clínica. Yo, en cambio, trabajaba en LOCSA.

Llevamos una vida también normal. Nos encanta la naturaleza, el deporte y la cultura. ¡¡Ah!! se me olvidaba. Tenemos 2 trastos de niños. Nos gusta ir de aquí para allá durante los fines de semana con nuestras bicicletas, buscando, sobre todo, lugares con encanto. El Valle del Guadiato es uno de ellos.

El boletín virtual que la Fundación de Vías Verdes tiene en su página web, confirmó la ejecución de los primeros 20 km. de Vía verde del Guadiato. La verdad sea dicha: conocíamos la existencia del proyecto por los folletos que editó la Delegación de Medio ambiente de Diputación de Córdoba en el año 98, pero,
hasta la fecha, no habíamos tenido nuevas noticias sobre este particular. Siempre que visitábamos algún tramo de las dos vías verdes que hay en el sur de la provincia nos preguntábamos qué pasaba con la vía verde del norte, sí, sí, la Vía Verde del Guadiato. La respuesta que durante tantos años hemos estado esperando la tenemos hoy. Es por ello que felicitamos a las administraciones locales de los municipios implicados, a la Mancomunidad y a la Diputación de Córdoba por satisfacer las demandas de sus ciudadanos y por haber demostrado, una vez más, que lo que se promete se cumple. No hace ni un día que pasamos por allí y ya estamos deseando su ampliación.
  
La experiencia fue tan gratificante que decidí ponerme en contacto con esta gente de "La Maquinilla" para contarla. Este recuerdo va dedicado a todas aquellas personas que han contribuido a crear esta infraestructura. Hasta pronto. Volveremos vernos en la Vía Verde del Guadiato. Un fuerte abrazo para todos.

Nuestro lugar de residencia dista 150 km. de la Estación de Cámaras Altas. Un viajecito de 2 horas en coche, más o menos. Salimos de casa temprano, como de costumbre, y llegamos a la estación a las 9:30 de la mañana. Estacionamos el coche en el aparcamiento habilitado para turismos y acto seguido bajamos nuestras bicicletas y las de los niños. Están impacientes por echar a rodar. Frente a nosotros, el aparcamiento de autobuses se encuentra abarrotado de turistas españoles y extranjeros que, en el largo camino que une las ciudades monumentales de Mérida con Córdoba, se han detenido en este punto estratégico de la ruta para estirar la piernas y, de paso, comprar las bondades gastronómicas de esta tierra.


Ya en el interior de la estación, la sala es un verdadero Babel. Los espabilados regentes de la tienda-bar ofrecen a los turistas café artesanal de Peñarroya, quesos de Hinojosa del Duque, lechón y morcilla de Fuente-Obejuna, magdalenas gigantes de Belmez, aceite de Villanueva del Rey, vino de Villaviciosa y miel de Viñas Viejas entre otros, en un dialecto parecido al  inglés. Unas cuantas frases hechas son suficientes para captar la atención alemanes, japones y británicos, quienes, seducidos por la calidad universal de nuestra dieta, adquieren los productos sin importarles el precio. Parece como si el gracioso acento del tendero ejerciese un efecto hipnótico sobre ellos. Por el contrario, los españoles, los de casa, miran con desconfianza las estanterías, reconociendo la excelencia de los artículos y lamentándose, a la vez, por lo abusivo su precio. Demasiado quizá para el agujereado bolsillo de un mileurista.


Al fondo de la estación hay habilitada una zona donde se ofrece a los visitantes que lo desean un desayuno compuesto por pan tostado, jamón  ibérico Covap y café Mis Nietos (Gran Capitán). Todo por el módico precio de 2 euros. No para de entrar y salir gente de este hormiguero en que se ha convertido la que fuera en su día una de la estaciones más populosas de la antigua vía estrecha Peñarroya-Puertollano. Parece como si el tiempo no hubiese pasado por ella y el tren estuviese a punto de llegar.

Al final picamos el anzuelo y degustamos por segunda vez la primera comida del día. Los niños tomaron un zumo de naranja y pistachos de La Granjuela.


Después de pagar y despedirnos de los simpáticos dueños del establecimiento nos ponemos en marcha.  Nos alejamos lentamente del bullicio con dirección a Belmez y su atalaya morisca. Son las 10 de la mañana y la verdad es que apatece quedarse a merodear por estos bosques de pino donde al parecer estuvo parte del temido y odiado Frente de Peñarroya, en la Guerra Civil. Al parecer muchos "enchufados" y niños de papá de la retaguardia eran aleccionados en el respeto y el orden so pena de ser enviados a esta sucursal del infierno en la tierra. Investigadores y simples curiosos de desconocida procedencia se adentran por los caminos de este remoto lugar en busca de enmudecidos nidos de ametralladora, solitarios búnkeres, derruidas casamatas y heridas en la tierra en forma de trincheras. En fin, el último grito en frikismo. Ni mi mujer ni yo sabíamos que la muerte de unos podía ser una atracción turística para otros. Sin embargo, ahí estaban, como nosotros, dispuestos a "echar el día". Cada loco con su tema.  


Ya en el camino, la banda sonora de un afluente del arroyo Albardado nos acompaña durante los primeros kilómetros. No es muy común escuchar acordes cristalinos tan cerca del verano y a las puertas del Sáhara. En uno de los viaductos que salvan la corriente de agua detuvimos la marcha para que los pequeños se remojaran los pies y la cabeza. Con buen criterio los constructores de la Vía Verde habilitaron allí un área de descanso. La sombra de los almeces convertían aquel lugar en un oasis de paz únicamente perturbado por la cabezonería que solo un niño de 6 años puede tener, cuando quiere bañarse en un río y no se le permite.


El imponente y altivo macizo de Peña Ladrones nos persigue a cada pedalada que damos. La roca viva lucha con el horizonte por mantenerse a la vista al tiempo que las águilas perdiceras que se cobijan en ella, vigilan  nuestros movimientos. Todas las vías verdes, como las personas, tienen un olor particular. La Vía Verde del Guadiato huele, sobre todo, a romero y a jara.



Decenas de senderistas y ciclistas de aquí y allá nos saludan al pasar, fascinados por la belleza natural de estos parajes. Algunos se detienen a charlar con nosotros. Sea cual sea el tema de conversación, el coloquio suele terminar con el puesto que a nuestro parecer debería ocupar la del Guadiato en el ranking regional o nacional de vía verdes. Muchos de los que hemos visto por aquí ya cuentan con cientos de kilómetros de vía verde a sus espaldas, tantos como para tener una opinión autorizada al respecto. La Vía Verde del Guadiato no sale mal parada; todo hay que decirlo. Esperamos corroborarlo al final de la jornada.

De repente y sin avisar,  el castillo de Belmez nos asalta como un ladrón de panorámicas a la salida de una trinchera. No podemos apartar la vista de su imponente silueta. También me acuerdo de las bestias y hombres que tuvieron que transportar los materiales de construcción desde la base del cerro hasta la cima. Toda una proeza.



Sin dar pedales llegamos a un viaduacto metálico que salva la N-432 y nos detenemos en la antigua estación de Belmez-ermita, ya en el casco urbano de la histórica población cordobesa. Actualmente es la piscina municipal. Accedemos a su interior y comprobamos que el edificio ha sido transformado en un bar-restaurante donde se celebran bodas y comuniones. Lugareños y visitantes se mezclan en este lugar, los primeros para tomar la primera copa del día, los segundos para reponer fuerzas que les permitan llegar a  Peñarroya-Pueblonuevo o Camaras-Altas, según tomen la Vía Verde en sentido de ida o de vuelta.


Tras tomar un merecido refrigerio en la estación nos dirigimos a una graciosa caseta de tren anexa a juego con la anterior. Allí se ha instalado un punto de información turística para visitantes donde encontramos folletos sobre dónde comer, dónde dormir o qué ver en este paraíso.

Una vez fuera de la caseta, abandonamos momentáneamente las bicicletas en los aparcamientos acondicionados para tal fin y nos perdemos por las abigarradas calles de Belmez. Los extranjeros que deambulan por la villa se refugian del sol en las terrazas de los bares próximos al acceso del castillo. Con sus inseparables guías y sus mochilas gastadas parecen colegiales esperando embarcarse en la  próxima travesura.


La ascensión al castillo se hace larga y penosa. Tras haber sofocado el motín de cansancio de  lo niños a mitad de subida logramos coronar. El esfuerzo ha merecido la pena: las vistas son espectaculares. Toda la belleza e inmensidad del Valle del Guadiato se ponen al alcance de nuestros ojos. La brisa del mediodía refresca nuestros cuerpos macerados por el calor y el esfuerzo. Un sentimiento de envidia hacia los seres alados se apodera de mi mente.

El descenso es agradable y rápido. Ya en la estación, recogemos nuestras monturas y tomamos la Vía Verde de "La Maquinilla", ramal que conecta con la Vía Verde del Guadiato para llevarnos a Peñarroya-Pueblonuevo. En otro tiempo fue un ferrocarril minero que conectaba todas las instalaciones que la SMMP y más tarde ENCASUR tenía en la zona, desde la mina Cabeza de Vaca hasta El Porvenir de la Industria. Hoy en día, el programa vía verdes solo ha podido salvar el tramo que une los núcleos mineros por excelencia de la cuenca, Peñarroya-Pueblonuevo y Belmez. Las canteras a cielo abierto han mutilado parte del trazado, insaciables bocas que engullen sin piedad pasado, presente y futuro.


Nada más salir de Belmez el paisaje trilero juega con los colores. En un kilómetro pasamos del verde   bosque mediterráneo al  amarillo de los pastos para ganado y al negro de los pozos mineros. El castillo de Belmez ejerce de anfitrión en este banquete de contrastes.


En lontananza un macizo oscuro de proporciones ciclópeas capta toda mi atención. Parece una ola gigante dispuesta a tragarse todo el progreso y a nosotros con él. A su lado, los paneles informativos indican que estamos ante la escombrera de la Mina Antolín, que en su día fue considerado el pozo de carbón más productivo y carismático de toda la cuenca minera del Guadiato (1904-1955).


Un poco más adelante y pegado a él aparecen el primer arrabal de Peñarroya-Pueblonuevo, con el mismo nombre que el pozo. Atravesamos un polígono industrial y nada más salir del él tropezamos con una zona verde extensísima, repleta de lagos, lagunas y arroyos. Aquí lo llaman el "Barranco de la Ana". En otro tiempo las sociedades mineras, como niños malcriados, jugaban a hacer agujeros de playa durante la I Guerra Mundial, agujeros que después abandonaban porque en este país nadie les enseñó que la habitación debía dejarse recogida después de jugar ... a hacerse rico. Hoy en día ha sido transformado en un magnífico  parque periurbano, el cual, aunque algo descuidado, sirve de refugio para los usuarios de la Vía Verde y como lugar de esparcimiento para la gente del lugar. El hombre siempre maniqueo, es capaz de hacer de un vergel en un basurero y al revés.


Son las 3 de la tarde. Los niños tienen hambre y decidimos almorzar en un mirador que ha sido construido sobre un pozo llamado nº 3. Las vistas panorámicas que desde allí se contemplan pierden todo su sentido al comprobar en los paneles informativos que lo que  hoy es una  atalaya turística en otro tiempo fue una tumba para más de 40 mineros a lo largo de la historia.

Almorzamos algo pensativos y ensimismados por la tragedia humana vivida bajo nuestros pies. Tras reponer fuerzas ponemos rumbo hacia el enésimo pozo minero, "La Montera", que nos da la bienvenida con  su vivo color.  Empiezo a plantearme seriamente si lo que pisamos es tierra firme o si, por el contrario,  es queso gruyer.


A lo lejos, a la derecha del mirador, se dibuja  frente a nosotros la osamenta de lo que en su día fue el complejo fabril más importante del Sur de España. Sus orgullosas chimeneas se resisten a caer, empedernidas ellas, fecundas de aire limpio ya, pero siempre alerta, como centinelas en guardia por si el humo decidiese volver.



Al margen de la tristeza y soledad que se repira en su interior, el cerco industrial de la SMMP necesitaría de una visita monográfica de varios días. No entiendo mucho de esto pero pienso que los arquitectos de toda España deberían pasarse por aquí para aprender un poco. Por resumir, y quedándome muy corto, destacaría de entre todos estos templos del progreso la antigua fundición de Plomo, con sus arquerías y bóvedas de crucería de ladrillo y el Almacén central, auténtica catedral de hierro del proletariado nacional. Solo el coste de restauración de éste último (4 millones de euros) demuestra que será necesario algo más que buenas intenciones para recuperar todo este inmenso patrimonio.


La Vía Verde de La Maquinilla, que atraviesa El Cerco de Norte a Sur,  termina en el primitivo Pozo "Santa Rosa", a juzgar por su original castillete de madera (se cerró en 1933).  El pozo hoy es un Centro de Interpretación de la minería. Los turistas, procedentes de lejanos puntos de Andalucía y España , se arremolinan para bajar a la mina. Muchos han venido desde Puertollano por medio del tren turístico. Lo que en su día fuera una de las actividades humanas más duras y peligrosas hoy en día es objeto de visita cultural. El polvo de carbón, el pico, la pala y el gas grisú de antaño han sido sustituidos por protectores solares, gorritas, riñoneras y aire acondicionado. La auténtica "mina" es el turismo.

El precio de la entrada al Centro de Interpretación incluye una visita guiada por el "Cerco" y el "Barrio francés" de Peñarroya-Pueblonuevo. Pagamos la entrada sin dudarlo. Los niños, con los papeles cambiados, aguantan por un rato a sus padres infantiles en esta  apasionante viaje por la historia de la revolución (La Segunda, aunque algunos autores dicen que solo hubo una) industrial en España. Sin embargo, el mundo al revés duró poco. Nada más poner el pie sobre el pintoresco Barrio francés nuestros niños reclaman su papel como solo un niño puede hacerlo, llorando, gimiendo, deteniéndose y peleándose con su hermano.  Decidimos, como padres, no como niños, volver a casa.

Ya en la estación de Autobuses compramos billete de vuelta a Cámaras Altas. Son las 7 de la tarde y el autobús no sale hasta las 8. Aprovechamos la espera para tomar unos dulces y un café en las terrazas de un parque próximo llamado "El llano". Allí, grupos de turistas sentados en mesas vecinas comentan, cual partido de fútbol, las mejores jugadas turísticas del día.


De vuelta a la estación contemplamos el majestuoso edificio que la SMMP contruyó como sede de su actividades administrativas y como escaparate de su poder.

Subimos al autobús derrengados pero satisfechos, con la promesa de volver algún día, quizá cuando se amplíe la Vía Verde hasta Fuente-Obejuna en 2020.

Nota: Algunas las fotografías del montaje relacionadas con las vias verdes del han sido tomadas en la Vía Verde del Aceite. Todo lo demás es real... o tiene que serlo... algún día.

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